lunes, 26 de febrero de 2007

Y Dios creó las palabras...y nosotros, no sé.

Confiando en el compromiso que dan dos calimotxos, la voluntad ilusa y siempre desinteresada , el talento creativo e imaginativo y la responsabilidad que siempre nos ha caracterizado tanto a nivel individual como a nivel colectivo de grupo, estamos convencidos que vamos a ser capaces de crear un relato colectivo con el fin de ver nacer a nuestro primer hijo literario.
Las normas son fáciles. A continuación empieza un relato, que no deja de ser la introducción que va a contextualizar nuestra gran obra maestra. Se trata de crear cada uno de nosotros la historia de un personaje dentro de ese contexto. Allá cada uno con su imaginación, sus capacidades, sus inquietudes, anhelos y esperanzas, sus mundos...la única regla es seguir un orden a la hora de escribir.
Como lo he puesto yo, pues yo mando. Así que viendo los usuarios que ahora mismo hay, le toca el turno al tío este que escribe tangos en forma de versos...Antucho Barbosa. Una vez que lo escriba, tendrá que proponer a su sucesor.
Sed un poco ágiles -que eso también nos caracteriza- porque tampoco es cuestión de acabarlo en el 2008.
Arriba el telón.

La gente no pudo dormir muchas horas aquella noche. A primera hora de la mañana, incluso antes de que los gallos anunciaran el inicio del nuevo día, los ruidos de los motores de las furgonetas, las rodadas de los coches y el timbre de teléfonos móviles, actuaron de improvisados despertadores. Pero los vecinos no se extrañaron del temprano madrugón. La vida de la pequeña aldea aragonesa había cambiado radicalmente en un solo día. Les había tocado el millonario premio de la lotería de Navidad.

Don Fulgencio, alcalde de Villa Rogelia, en un inusual gesto de espíritu navideño, les había regalado un décimo a cada uno de los habitantes. No es que tuviera la convicción de que el número iba a tocar, pues él siempre se reía de eso. Pensaba que la suerte había que buscarla, con esfuerzo, eligiendo bien los caminos, cerrando cualquier puerta al azar. Claro que él lo había tenido todo muy fácil siempre. Nunca había tenido que mover un dedo para conseguir todo aquello que tenía. Y tanto se reía del azar, de ese anónimo desagradecido, que el azar se rió de él. Don Fulgencio había repartido el número sin quedarse ningún décimo. Ahora, desde su habitación, en la parte alta del pueblo, veía todo el movimiento de personas, de cámaras, de micrófonos, de personas sobre el asfalto de nieve. Nunca había visto tanta gente en su pueblo, ni aún en las fiestas que hacía años que no se celebraban. Por primera vez en su vida veía cómo los vecinos no salían con sus aperos a los campos ni con sus rebaños de pasto. Por primera vez se dio cuenta de que ellos podían ser felices. Se preguntaba si él había sido feliz alguna vez. El reflejo del cristal le confirmó que no.


Esta es la historia de ese pueblo y de sus vecinos,. Esta es la historia de unos seres humanos que vieron cambiadas sus vidas por un golpe de suerte. Puede ser la historia de todos y la historia de nadie. Pero este, el que a continuación sigue, es el retrato de aquellos hombres y mujeres que un día percibieron que sus vidas no iban a ser las mismas. En vosotros dejo la posibilidad de aprender, comprender y sobretodo escuchar lo que ellos mismos me quisieron contar, pues de alguna manera, son ellos los verdaderos protagonistas de este relato.

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menuda cuadrilla

menuda cuadrilla
cuadrilla menuda ,faltan, el que quiera salir que mande foto